jueves, 20 de agosto de 2015

Enrique Lázaro. La ciudad cuyo nombre era Lluevemuertos.

Pero nada de todo eso afecta a la historia, puesto que casi nadie utiliza ya ese camino. Ni ningún otro, toda vez que casi nada usaba ya los caminos. Resultaba mucho más cómodo desplazarse campo a través, o bien no desplazarse. Y tanto para una cosa como para otra existían ingenios y artilugios más que suficientes. Desde los zancos de agrimensor... hasta el mismo Desnaturalizador que permitía a cualquiera quedarse en casa sin riesgo de concebir idea alguna o ver jamás a nadie, todas las necesidades y contranecesidades más perentorias- o sea todas- estaban satisfechas desde los tiempos de Timustimur el Maquinócrata. Por lo demás, ningún sentido tenía seguir caminos que habían demostrado sobradamente no ir a ninguna parte, trazados seguramente con la vana pretensión de que dichos lugares inexistentes existieran. Atónitus, que no tenía nada que oponer a estas consideraciones, como tampoco a cualquier otra consideración, tomó la espiral principal y se fue a Lluevemuertos.