viernes, 15 de enero de 2016

Silencio de Blanca. José Carlos Somoza.


Me sumergí en el primer Nocturno, opus 15, hasta regresar a mi infancia, pero en silencio. No puedo decir nada de mi infancia -¿y quién puede?-: la felicidad no estaba inventada; las lágrimas eran gotas vacías; había dolor, y juego, y soledad.
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Todos caemos, pero mi abismo es particularmente solitario. Apenas conozco seres; conozco hermosas postales, Me he dedicado demasiado a cultivar esos momentos que otros guardan en el recuerdo; me empalago de situaciones inolvidables. A mi alrededor han tomado forma, excesiva forma, esas ideas que los poetas dejan de lado cuando finaliza la inspiración para dedicarse al vivir diario. Pero llega un momento en el que la poesía es inútil y la música no puede llenar todas las necesidades: entonces es preciso hallar sentimientos para aliviar la soledad.
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Cuánto la quise en aquel instante y qué felicidad descubrir con violencia que la soledad, después de compartir un momento así, ya siempre será imaginaria (descubrirlo y olvidarlo, como un relámpago).
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Mis nervios parecían sinceros: iba a verla, por fin, tras una espera infinita. Un encuentro es la única forma de unión: todo lo demás, aún la convivencia, nos separa.