jueves, 22 de septiembre de 2016

Juan García Hortelano. El gran momento de Mary Tribune.




Al fondo, gemidos.
Arrastrando la pierna, me proporcioné una botella de ginebra, me tendí en la terraza y me dediqué a ensoñar la añorada soledad, que, en unas horas, recobraría. Mis costumbres pequeñas y obscuras. Mis indecisiones, libres, aunque me llevasen al aburrimiento. El silencio y la penumbra de las largas tardes. La irrealidad y Tub. Estaba comprobado, una vez más, que sólo se puede convivir con quien se ama verdaderamente, con quien se conoce, se respeta y se protege. Con uno mismo.
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Pretendía confesarle, sentado en los escalones de la puerta balcón, que toda elección contraría nuestra tendencia a la promiscuidad, que, al discriminar, se aparta mucho más de lo que se acoge y, sobre todo, se acrecienta esta otra humanísima tendencia a la soledad eterna. Quien ama a una sola mujer -y bien sabía yo que no existe mayor narcisismo- comienza a cogerle el gusto a la muerte.
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-Dime que haremos posible otra nueva vez estar juntos y ser felices.
La felicidad, como siempre había sabido y en tantas ocasiones olvidado, era una de esas entelequias que no provienen del prójimo. Condescendí a explicárselo.
-Yo no quiero ser feliz, Mary. Yo lo que necesito es calmarme.